lunes, 5 de diciembre de 2011

Cómo hacer un huevo frito

Por un depresivo.

Aunque prefieras estar durmiendo tendrías que echar el aceite en ese viejo y oxidado sartén y en silencio, como siempre, verás cómo se calienta la fría y oscura cocina.
Ahora debes echar el huevo al compás de tus palpitaciones. Si, allí adentro hay un pollito que no nació. O que tal vez no merecía vivir, quién sabe.  Otra vida a la deriva y esta vez a esa laguna de aceite ardiente. 
Con la izquierda secate las lágrimas, o con la derecha, todo es lo mismo. Y con la otra mano le echás sal y si querés un poco de cianuro.
Vuelve el silencio y la espera, qué más da, hasta que la clara se ponga blanca como tu piel.
Podés tirarle el aceite caliente encima, como yo lo hicieron sobre tu pecho, para  que se cocine bien la yema. Como se cocina la vida.
Ahora si querés un huevo frito pero revuelto, tenés que hacer lo mismo de siempre. Acabar con una vida y comértela. Pero en el momento en que la clara se pone blanca lo empezás a revolver, como se revuelve la cabeza frente al recuerdo de mamá.


Nota: Tenés que hacer los huevos con llama baja. Sí, el dolor siempre es a fuego lento.

martes, 6 de septiembre de 2011

Si, de la pizzería!

Estación San Juan

Y llegó el momento. Se despertó como cada mañana, se sentó a los pies de su cama.
Por unos minutos pensó en seguir durmiendo. Por esos minutos, llegó tarde.
En el camino las baldosas, los mezquinos, los hambrientos y comercios. Por la tarde, el sol.
En su tumba hoy descansa una ilusión. Mañana, tal vez, descansen los restos de su amor.
Abren los cajones, las verduras, la mañana. Abren las pieles y florece la paz.
Después corearon el taller gratuito en el viejo Normal 10, a menos que...
Punto y aparte en el café, las pestañas de madera y un viejo de azul, inestable.
Cayó la banda. Lavanda. La bandana.
Esa misma noche un siniestro plan descabezaba pocos títeres y de pronto una carta sobre el sofá.
Poco y nada, nada en sport club, nada de nada y nada más.
Fuiste a donde van todos, cantaste lo que cantan todos, creíste en lo que creen todos y al final, pensaste lo que todos.
Es el fin, tan ruin, como punto de partida. Un fuga inexplicable de motivos y vos, tan absoluta.
Y llegó el momento. Se despertó como cada mañana, se sentó a los pies de su cama.
Y tras su puerta, un jardín japonés.